Trabajé en la policía durante más de veinte años y pensé que nada podía sorprenderme։ Pero aquella llamada nocturna cambió todo lo que creía saber sobre los “casos extraños”

A eso de las tres de la madrugada, el operador me dijo: «Incidente familiar, acude de inmediato a esta dirección». Nada fuera de lo común… hasta que abrimos la puerta.

Un hombre y una mujer salieron envueltos en una sábana, abrazados tan fuerte como si su vida dependiera de ello. Nerviosos, murmuraban palabras ininteligibles, pero entendimos una sola cosa: no podían separarse.

Les pedimos que se vistieran y explicaran lo que pasaba. Pero solo repetían:
— No podemos… no podemos soltarnos.

Uno de mis compañeros bromeó:
— Bueno, ¿amor verdadero, eh? Pero necesitamos hablar en serio. Por favor, vístanse.

El hombre se puso pálido y susurró, casi llorando:
— No podemos soltarnos… parece que estamos pegados…

Las risas se apagaron. Cuando intentamos separarlos con cuidado, vi algo que no olvidaré jamás: su piel estaba literalmente unida, como si alguien los hubiera soldado.

Llamamos a una ambulancia. Los médicos llegaron en diez minutos y, aun con toda su experiencia, se quedaron sin palabras. Intentaron separarlos, pero cada movimiento provocaba gritos de dolor. Los trasladaron juntos, como si fueran una sola persona.

La investigación reveló la verdad: no eran marido y mujer. Él estaba casado, ella era su amante.

En la mesita encontraron una loción, una crema espesa y… restos de pegamento industrial.

La esposa, que sospechaba la infidelidad, eligió una venganza fría y calculada. Cambió la crema habitual de su marido por una mezcla de crema y pegamento de secado instantáneo.

Así, los amantes quedaron literalmente pegados uno al otro — atrapados en el acto en el sentido más literal.

Cuando firmé el informe, me temblaban las manos. He visto sangre, muerte, traición — pero nunca algo así.

A veces, los celos son más peligrosos que cualquier arma.