Todo el pueblo quedó atónito cuando el hombre regresó a casa de sus padres con una mujer a su lado.
Durante los últimos años, había estado trabajando en la ciudad, y nadie en el pueblo había sabido nada de él. Solo de vez en cuando sus padres recibían algo de dinero y breves cartas de su hijo.
Y entonces, un día, volvió. No solo… sino con su nueva esposa.
Los ancianos padres estaban llenos de alegría: su único hijo por fin había formado una familia. Esperaban con ansias el momento de conocer a su nuera… hasta que la vieron.
Impactada, la madre se llevó la mano al pecho.
—Hijo… ¿qué le pasó a ella?..
Pero el hijo respondió en voz baja:
—No preguntes, madre. Solo acéptala como mi esposa.
Desde ese día, el silencio se apoderó de la casa. La nueva nuera casi nunca salía, evitaba a la gente y hablaba solo con su marido… y solo cuando estaban a solas.
Los vecinos murmuraban, hacían conjeturas y difundían rumores. Algunos decían que era una criminal, otros aseguraban que era una bruja.
Los padres tampoco encontraban paz. Cada noche escuchaban a la mujer llorar en silencio detrás de la puerta cerrada, mientras su hijo le susurraba palabras de consuelo.

Una noche, movidos por la preocupación y la curiosidad, decidieron asomarse al cuarto de la joven pareja, que siempre estaba cerrado con llave después de las once.
Continuación en el primer comentario
A la tenue luz de la lámpara, se hizo visible: todo su rostro estaba cubierto de profundas quemaduras y cicatrices.
La madre no pudo contener un grito.
El hijo se despertó, se levantó de un salto y comprendió de inmediato: el secreto había sido revelado.
—Sí… —dijo en voz baja—, ahora conocen la verdad.

Les contó que años atrás, mientras vivía en la ciudad, había quedado atrapado en un terrible incendio. El edificio del dormitorio se encontraba envuelto en llamas, y fue esta mujer quien lo sacó del fuego. Ella le salvó la vida… pero quedó quemada casi irreconocible.
—No podía dejarla —dijo, mirando a sus padres a los ojos—. No amaba su rostro, amaba su corazón.
Tras esas palabras, la madre comenzó a llorar y se acercó a su nuera. La abrazó por primera vez, con delicadeza, como si tuviera miedo de lastimarla.
Y a la mañana siguiente, los vecinos empezaron a susurrar de nuevo.
Pero esta vez —con respeto.






