Ese día, la base militar estaba inusualmente silenciosa. Los soldados permanecían en perfecta formación en el patio de armas, esperando la llegada del teniente coronel.
Todos sabían que aquel hombre amaba el poder y la atención, y exigía obediencia absoluta. No era temido por su fuerza, sino por su crueldad y arrogancia. Humillaba a sus subordinados con frecuencia, siempre buscando un motivo para castigarlos, y nadie se atrevía a replicarle.
Unos minutos después, el rugido de un motor se escuchó más allá de la puerta. Un jeep militar entró en el patio, levantando una nube de polvo.
El comandante de la compañía ordenó:
— ¡Firmes!
Todos se inmovilizaron, saludando a su superior. Pero justo en ese momento, una joven vestida con uniforme cruzaba tranquilamente la explanada. Joven, segura de sí misma, caminando con paso ligero. Llevaba el casco en la mano y ni siquiera volteó a mirar al teniente coronel.
Él la vio de inmediato… y sintió una oleada de furia. Pisó el freno, bajó la ventanilla y se asomó gritando:
— ¡Eh, soldado! ¿Por qué no me saludas? ¿Perdiste la disciplina? ¿¡Sabes siquiera quién soy yo?!
La joven lo miró directamente a los ojos, serena y firme.

— Sí, sé exactamente quién es usted —respondió ella, sin el más mínimo rastro de miedo.
Su respuesta, que él interpretó como insolencia, hizo que el teniente coronel estallara de rabia. Saltó del vehículo, gritando, insultándola, amenazándola y humillándola. Los soldados se pusieron tensos —nadie se atrevía a intervenir.
De pronto, ella dijo con voz firme:
— No estoy obligada a saludar a alguien que tiene un rango inferior al mío.
— ¿Qué acabas de decir? —balbuceó el teniente coronel—. ¿Viste mis insignias? ¡Soy teniente coronel!
Ella dio un paso adelante y dijo con claridad:

— Y yo soy coronel de la División de Investigación Interna. He venido por orden del ministerio para ver cómo “sirve”. Ha habido demasiadas quejas sobre usted. Todas dicen lo mismo: que maltrata a sus soldados.
El rostro del teniente coronel se puso pálido. Se quedó inmóvil, sin poder articular palabra. La mujer cruzó los brazos sobre el pecho y añadió con una sonrisa fría:
— ¿Y esto? ¿Sin saludo? Esa es otra falta por su parte.
Un silencio pesado cayó sobre el patio de armas. Nadie se atrevió a moverse —solo el teniente coronel permanecía allí, perdido, sin palabras por primera vez en su vida.






