Nika se despertó esa mañana en silencio, como de costumbre en las últimas semanas. La casa, que siempre había estado llena de ruido, ahora parecía estar vacía. Las quejas constantes de Tolya, las discusiones diarias, todo había desaparecido, dejando un vacío incómodo y doloroso. Pero lo peor de todo era que, al mirarse en el espejo, Nika ya no reconocía a la mujer que veía. Había sido una esposa dedicada, una mujer que había dado su vida por su familia, pero había llegado el momento de enfrentar la dura realidad de que su relación se había ido desmoronando a pasos agigantados.
El comportamiento de Tolya había cambiado radicalmente. Sus bromas crueles, sus comentarios despectivos, las constantes críticas a su apariencia… todo parecía ser parte de una estrategia para humillarla. Él, que una vez la había considerado su igual, ahora la veía como una carga. Y ella, a pesar de todo, lo toleraba, o al menos intentaba mantener la paz. Pero algo dentro de ella se rompió cuando vio lo que Tolya había estado haciendo mientras ella trabajaba sin descanso.
Una tarde, después de un largo día, Nika llegó a casa, agotada, con una bolsa pesada en las manos. Como de costumbre, no recibió ni una palabra de bienvenida. Al principio, pensó que Tolya estaría dormido en el sofá, como siempre, pero al escuchar música a lo lejos, algo dentro de ella se encendió. La melodía alta, la risotada de una mujer… Nika sintió cómo su corazón latía con fuerza mientras avanzaba hacia el jardín.
Al abrir la puerta, vio lo que le heló la sangre. La casa estaba llena de gente, la música retumbaba en las paredes, las luces parpadeaban en una fiesta que ella no había organizado. Y allí, en medio de la sala, Tolya estaba bailando con una mujer de mirada perdida, vestida de manera provocativa. Nika, sin pensar, apagó la música de golpe.
Tolya la miró, tambaleándose ligeramente, como si despertara de un sueño. —¿Qué estás haciendo? —preguntó con tono pesado, casi como si no entendiera lo que estaba pasando.
Nika, furiosa, se acercó a él. —¿Qué pasa? ¿Quién es esta mujer? —preguntó con voz temblorosa de ira.
Tolya se encogió de hombros, sin vergüenza alguna. —Es solo una amiga de la universidad. Estamos celebrando.
—¡No me importa! —exclamó Nika, sintiendo cómo la rabia subía por su cuerpo. —Esta es mi casa. Tú no tienes nada que hacer aquí. Así que lárgate de inmediato, y llévate a tu amiga también.
La mujer, que aún se movía al ritmo de la música, no parecía darse cuenta de lo que sucedía. Nika, sin perder tiempo, la tomó del brazo y la empujó hacia la puerta. —¡Es hora de que te vayas! —dijo con firmeza.
Tolya, por su parte, intentó reaccionar, pero estaba tan borracho que no logró mantenerse en pie. Miró a Nika con una expresión despectiva, pero ella no se detuvo. —Tú también saldrás. ¡Fuera de aquí!
Con paso torpe, Tolya tomó lo que quedó de la comida en la mesa y, sin decir nada más, salió por la puerta. —¡Vivirás sin mí! Llámame cuando se te pase la locura —dijo, mientras se alejaba tambaleándose.
El silencio llenó la casa después de su partida, pero algo en Nika se sentía diferente. Había tomado una decisión. Ya no iba a vivir bajo su yugo, ya no iba a seguir tolerando sus abusos. Mientras se quedaba sola, pensó que había llegado el momento de comenzar de nuevo, sin mirar atrás.
El teléfono sonó de repente. Era su madre, su voz cargada de preocupación. —¡Nika, qué hiciste! ¡Tolya…!
Nika, con una calma inesperada, cortó la conversación. —Ya no es asunto mío. La decisión está tomada. Ahora, tengo que pensar en mí.
La verdad era clara: Nika había dejado atrás el miedo y la soledad. Ya no temía al futuro. Después de todo, vivir con Tolya no era vivir. Ahora, ella estaba decidida a recuperar su vida, a reconstruirla con sus propias manos. Y aunque su corazón aún sangraba por la pérdida, sabía que su decisión era la única forma de sanar.
A partir de ese día, Nika dejó de ser la sombra de un hombre egoísta. Volvió a ser dueña de su destino.