Mientras mi esposo no estaba en casa, mi suegro me dijo que tomara un martillo y rompiera el azulejo detrás del inodoro. Detrás del azulejo, vi un agujero… y en ese agujero, había algo horrorizante escondido. 😱

Se suponía que sería una tarde cualquiera. Estaba de pie en el fregadero, enjuagando los platos mientras el murmullo del grifo llenaba la cocina. Mi hijo estaba en casa de los vecinos, mi esposo había salido a hacer unas compras. Todo parecía tranquilo… hasta que sentí a alguien detrás de mí.

Me giré, sobresaltada. Era mi suegro. Su rostro se veía inusualmente tenso, y sus ojos ardían con urgencia.

—Necesitamos hablar —susurró tan bajo que apenas pude oírlo por encima del agua.

Confundida, me sequé las manos.
—¿Qué pasó?

Se inclinó hacia mí, con la voz temblorosa:

—Mientras tu hijo no esté aquí… toma un martillo. Ve al baño y rompe el azulejo detrás del inodoro. No le digas a nadie. No hagas preguntas. Solo hazlo.

Parpadeé incrédula, medio riendo.
—¿Por qué demonios querría destrozar los azulejos? Estamos pensando en vender la casa pronto…

Sus dedos huesudos se aferraron a los míos con fuerza, deteniéndome en seco.

—Tu esposo te ha mentido. La verdad está escondida ahí.

La mirada en sus ojos me heló la sangre: miedo puro, como si al confesar pusiera en riesgo su propia vida. Mi pulso se aceleró. Contra toda lógica, la curiosidad comenzó a devorarme.

Esa misma noche, cuando la casa quedó en silencio, cerré con llave la puerta del baño. Mi corazón latía desbocado mientras sacaba un martillo del armario. Durante un largo rato me limité a observar los relucientes azulejos blancos que mi marido había colocado con tanto cuidado. ¿De verdad voy a hacer esto? ¿Y si todo es producto de su imaginación?

Pero mis manos se movieron solas.

El primer golpe dejó una grieta fina. El segundo destrozó el azulejo, que cayó en pedazos al suelo. Acerqué una linterna y allí estaba: una abertura tallada dentro de la pared.

Algo se movió adentro.

Mis dedos rozaron un plástico. Lentamente, arrastré hacia afuera una bolsa amarillenta, quebradiza. Parecía inofensiva… hasta que miré en su interior.

Mi estómago se revolvió. 😱

Dientes.

Decenas y decenas de dientes humanos.

Un grito se me atascó en la garganta mientras me desplomaba sobre las frías baldosas, aferrando la bolsa como la prueba tangible de una pesadilla. Todo mi cuerpo temblaba.

Cuando enfrenté a mi suegro, su rostro estaba cargado de resignación.

—Así que… los encontraste —murmuró.

—¿¡Qué es esto!? —mi voz se quebró, mezcla de horror e incredulidad—. ¿De quién son estos dientes?

No respondió de inmediato. Finalmente, con los ojos llenos de vergüenza, susurró:

—Tu esposo… no es el hombre que crees. Mató. Quemó los cuerpos… pero los dientes no se queman. Los arrancaba y los escondía aquí.

Las palabras me golpearon como una ola helada. Mi marido —el padre devoto, el compañero estable— era un monstruo.

—¿Tú lo sabías? —susurré, apenas logrando respirar.

Sus cansados ojos se clavaron en los míos.
—Guardé silencio demasiado tiempo. Pero ahora… debes decidir qué hacer.

En ese instante, mi mundo se derrumbó. Nada volvería a ser igual. 😨