Mi hija se niega a ir a la escuela y llora cada vez que ve al profesor de educación física

Material escolar

Mi hija de ocho años siempre había sido alegre, pero hace unas semanas noté algo extraño: cada mañana, cuando intentaba prepararla para la escuela, comenzaba a llorar, aferrándose al pijama y negándose a ponerse la mochila.

Al principio pensaba que era una “fase infantil” normal. Muchos niños tienen dificultades para volver a la escuela después de las vacaciones. Pero muy pronto noté un patrón: todo sucedía solo en los días de educación física. Se escondía debajo de la cama, lloraba, suplicando que no la enviara a clase.

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Intenté preguntarle con cuidado: «¿Alguien te hace daño?» — pero ella solo negaba con la cabeza y se abrazaba a su juguete favorito.

Cada vez que mencionaba al profesor de educación física, su cuerpo se tensaba, sus ojos se llenaban de lágrimas y apenas podía hablar.

El director me aseguraba que el profesor era correcto y digno de confianza, nunca había habido quejas. Pero el instinto materno me decía que algo no estaba bien. Comencé a llevar un diario del comportamiento de mi hija, registrando cada detalle, cada lágrima y cada grito.

Después de tres semanas, tras otro colapso emocional en el estacionamiento de la escuela, tomé una decisión que lo cambió todo: llamé a la policía.

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La investigación iniciada por la policía pronto fue más allá de simples sospechas. Resultó que el profesor de educación física no era en absoluto “impecable” como lo describían sus colegas y el director.

Pronto se reveló una verdad impactante: el hombre distribuía secretamente sustancias prohibidas entre los estudiantes mayores.

Además, intimidaba a los adolescentes, obligándolos a ayudar en la venta, amenazándolos con malas calificaciones, castigos e incluso humillaciones frente a toda la clase.

Mi hija, por ingenuidad y curiosidad infantil, se convirtió accidentalmente en testigo de una de estas “transacciones”. Vio al profesor en el gimnasio entregar un paquete a un estudiante mayor, ordenándole severamente «no fallar».

Desde ese día, la niña temía no solo las clases de educación física, sino también el simple hecho de encontrarse con este hombre. Sus lágrimas cada mañana no eran un capricho — eran un grito de ayuda.

La policía reunió pruebas, interrogó a los estudiantes y poco a poco se armó todo el panorama: una red completa dentro de la escuela, donde el profesor usaba a los niños para sus asuntos sucios.

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Cuando fue arrestado ante la vista de colegas y alumnos, vi por primera vez alivio en los ojos de mi hija. Finalmente pudo ir a la escuela tranquila, sabiendo que no volvería a enfrentar su pesadilla.

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Este caso me enseñó para siempre: a veces, las lágrimas de los niños no son caprichos, sino la única manera de contar la verdad.