Le susurré a mi marido que asumiría la culpa։ Entonces aún no sabía que tres años tras las rejas serían más fáciles que lo que me esperaba después

Cuando las puertas se cerraron detrás de mí, no sentí alegría — solo un extraño vacío. El aire olía a otoño y a óxido, casi igual que aquella noche en la que todo comenzó.

Adam y yo salimos del  café, y de repente un hombre enmascarado saltó de la oscuridad. Agarró mi bolso — y un segundo después Adam lo empujó. El desconocido tambaleó, golpeó su cabeza contra la pared y cayó al suelo. Sin moverse. Nos quedamos inmóviles, atónitos, sin creer que aquello estuviera ocurriendo de verdad.

Cuando comprendimos que lo irreparable había sucedido, solo dije:
— Vete. Yo asumiré todo.

Él corrió. Y yo llamé a la policía.
En el juicio, lo llamaron defensa propia, pero aún así hubo sentencia — tres años.

Ahora las puertas de la colonia se han cerrado tras de mí.
Frente a ellas estaba Adam — el hombre por quien lo hice. Sonrió con inseguridad, me abrazó… y enseguida se apartó. Sus manos estaban frías, y en sus ojos pasó una sombra.

Una verdad destinada a doler más que cualquier condena.

Me llevó a casa en silencio. Solo el sonido de la lluvia sobre el techo rompía aquel silencio sepulcral. Miraba sus manos — tan familiares, pero ahora ajenas. En su dedo anular brillaba un nuevo anillo.

— ¿Qué… es eso? — pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
Adam no se giró. Solo exhaló:

— Lo siento. No esperaba que volvieras tan pronto.

Esas palabras dolieron más que cualquier sentencia. Durante tres años viví con la esperanza de que me esperaba. Que mi sacrificio no había sido en vano. Que el amor no era una condena, sino una fuerza capaz de resistirlo todo.

Pero no me miraba. Su voz era serena, como si hablara de otra persona.

No comprendí de inmediato el significado de sus palabras. Luego — el golpe. No solo no me esperaba. Me echaba de la casa que habíamos construido juntos. De la casa donde cada mancha en la pared recordaba nuestras risas, nuestras discusiones, nuestra vida.
Ahora allí vivía otra.

La rabia estalló al instante. Quería recuperarlo todo: por la justicia, por la verdad, por el dolor. Que al menos en unos pocos metros cuadrados quedara algo de justicia.

Pero en el fondo, una voz me susurraba: ¿para qué? Quizás la libertad no sea vengarse, sino simplemente marcharse. Empezar de nuevo, sin mirar atrás…

Estoy en el umbral — entre el pasado y el futuro.
Y, sinceramente, no sé qué es lo correcto.
¿Y tú? ¿Qué habrías hecho en mi lugar?