En una fiesta familiar, descubrí que mi pequeña nieta tenía la cabeza rapada. Mi nuera se rió y dijo: “vamos, solo es por diversión”. Me llevé a mi nieta a casa. Mi hijo me acusó de exagerar… hasta la mañana siguiente, cuando me rogó: “por favor… deja que mi esposa lo explique.”

Mi nombre es Emily. Tengo setenta y un años y nunca pensé que, a mi edad, tendría que vivir algo tan horrible como lo que estoy a punto de contarles. Cuando vi a mi nieta de seis años con su hermosa cabecita completamente rapada, sentí que el mundo se derrumbaba bajo mis pies. Su cabello dorado había desaparecido por completo. Solo quedaba su pequeño cuero cabelludo, expuesto y vulnerable, como si lo hubieran pasado por una rasuradora industrial. Mi corazón se detuvo en seco.

Era la fiesta de cumpleaños de mi hijo Michael. Habían invitado a toda la familia, y yo llegué con mi pastel de chocolate casero, ese que tanto le gusta a mi nieta Mónica. Esperaba verla correr hacia mí como siempre, con sus trenzas doradas bailando en el aire y gritando: “¡Abuela Emily!”, con esa vocecita dulce que ilumina mi alma. Pero cuando entré en la sala, la niña estaba sentada en un rincón, con la cabeza agachada y usando una gorra rosa de béisbol que le quedaba enorme. Algo no estaba bien. Mi instinto de abuela me gritó que algo terrible había pasado.

Me acerqué despacio.
—Mónica, amor mío, ¿por qué no me das un abrazo? —le pregunté con ternura.

Alzó la mirada con sus grandes ojos azules, llenos de lágrimas contenidas, lágrimas que una niña de seis años no debería tener.
—Abuela, no puedo quitarme la gorra —susurró con voz rota. Su labio inferior temblaba como una hoja en medio de la tormenta—. Mamá dice que me veo fea sin ella.

Mis manos comenzaron a temblar.
—¿Qué le pasó a tu cabello, mi pequeña? —pregunté, aunque ya temía la respuesta.

Con mucho cuidado levanté la gorra rosa. Lo que vi me rompió el alma en mil pedazos. Su hermoso cabello rubio, ese que yo peinaba con tanto cariño cada vez que venía a visitarme, había sido cortado brutalmente al ras. No era un corte de salón. Era un rapado cruel, despiadado, como si hubieran usado una máquina eléctrica sin el menor cuidado.

—¡Dios mío! —exclamé, incapaz de contenerme—. ¿Quién te hizo esto?

Mónica empezó a llorar en silencio, esas lágrimas mudas que solo salen cuando el corazón está completamente roto.
—Mamá lo hizo —susurró bajito, mirando hacia su madre, mi nuera Paula.

Justo en ese momento, Paula apareció con una copa de vino en la mano y una sonrisa que me heló la sangre.
—Ay, Emily, ¿viste el nuevo look de Mónica? —dijo riendo, como si nada hubiera pasado—. ¿No se ve moderna?

—¿Moderna? —repetí incrédula—. Paula, ¿cómo pudiste hacerle esto a una niña?

Paula se encogió de hombros con total indiferencia.
—Era necesario. Esta niña nunca quería lavarse el cabello. Siempre lloraba cuando intentaba peinarla. Así que decidí resolverlo de una vez por todas.

—¡Pero si apenas tiene seis años! —grité, sintiendo cómo la rabia me subía por la garganta—. ¿Cómo pudiste raparla por completo?

—Es solo pelo, Emily. Vuelve a crecer —dijo Paula, bebiendo otro sorbo de vino y riendo otra vez—. Además, es una broma. ¿No lo ves? Está exagerando. Los niños de hoy en día son tan dramáticos.

Una broma. Había llamado broma al trauma que le había infligido a mi nieta.

Miré a Mónica, que se escondía detrás de mis piernas, temblando como un pajarito asustado. Sus manitas se aferraban a mi vestido coral con desesperación.
—¡¿Una broma?! —repetí lentamente, sintiendo que cada palabra se volvía veneno en mi boca—. ¿Consideras que humillar a tu propia hija es una broma?