El día de mi nueva boda, mi esposo irrumpió en la sala de preparación, pálido como un fantasma.—Cancela la ceremonia. Lleva a nuestra hija y vete… ahora mismo.Dudé por un instante, pero cuando por fin me dijo el motivo, sentí que el corazón se me detenía.

El día de mi segunda boda, mi esposo entró de golpe en la sala donde me vestía, pálido y temblando.

—Cancela la ceremonia. Toma a nuestra hija y vete ahora mismo —me dijo.

Me quedé paralizada, sin entender. Pero cuando al fin me reveló la razón… sentí que el corazón se me detuvo.

Lo miré sin poder pronunciar una sola palabra.

—Por favor —susurró—, no tenemos tiempo. Solo confía en mí y llévate a nuestra hija.

—¿Pero por qué? ¿Qué está pasando? —mi voz temblaba, igual que mis manos.

Se pasó la mano por la cara, como si intentara calmarse.

—Tu ex… está aquí. Y no vino a felicitarnos.

Mi corazón se detuvo por un segundo.

—Eso es imposible. Él… —me quedé en silencio—. Él no debería saber nada.

—Lo sabe todo —murmuró—. Me envió fotos. Nos estuvo siguiendo. Y hoy… piensa llevarse a las dos.

Un frío me recorrió el cuerpo. En mi cabeza solo resonaba una palabra: nuestra hija.

Corrí hacia el armario, tomé un bolso sin siquiera mirar qué había dentro. En ese momento, la puerta volvió a abrirse de golpe.

Pero esta vez… no era mi esposo quien estaba en el marco.

Me quedé paralizada.

En la puerta estaba él. Mi ex. Con la misma mirada fría que recordaba… solo que ahora había algo peor en sus ojos: calma.

—Hola, cariño —dijo con una sonrisa casi amable—. Te ves hermosa… aunque llego justo a tiempo, ¿no?

Sentí que las piernas me fallaban.

—¿Qué quieres? —logré murmurar.

—Lo que siempre ha sido mío —respondió, dando un paso dentro de la habitación—. A ti. Y a nuestra hija.

—Ella no es “tuya” —dije, retrocediendo—. Tú la abandonaste antes de que naciera.

Una sombra cruzó su rostro. Pero su voz siguió tranquila.

—Y hoy he venido a corregir ese error.

En ese momento, mi esposo apareció detrás de él, con la respiración agitada.

—La policía viene en camino —dijo firme—. Lárgate antes de que sea tarde.

Mi ex soltó una pequeña risa.

—¿La policía? —alzó el celular—. ¿Llamaste antes o después de que publicara esto?

Nos mostró la pantalla. Y sentí que el mundo se me venía abajo.

Era una fotografía de nuestra hija. Sola. En el jardín de la casa de mi madre… hace menos de cinco minutos.

—Si no quieres que desaparezca —dijo en voz baja—, vendrás conmigo. Sin él. Sin nadie más.

Sentí que el aire desaparecía de mis pulmones.

—¿Qué le hiciste? ¿Dónde está mi hija? —grité, sin reconocer mi propia voz.

—Tranquila —respondió él, inclinando ligeramente la cabeza—. Está bien… por ahora. Pero ya sabes lo rápido que pueden cambiar las cosas.

Mi esposo dio un paso adelante, furioso.

—¡Si la tocas, te juro que…!

—Ni un paso más —interrumpió mi ex, apuntándolo con su mirada fría—. Ya tomé demasiados riesgos viniendo hasta aquí. Solo quiero lo que es mío.

Yo trataba de pensar, de respirar, de no desmayarme. Tenía que ganar tiempo. Tenía que sacarlo de allí.

—Está bien —dije, con la voz apenas audible—. Me iré contigo. Pero quiero verla primero. Quiero tenerla en mis brazos.

Él me observó en silencio. Luego asintió lentamente.

—Tienes diez minutos. Estación norte. Andén tres. Ven sola. Si veo a alguien más… no volverás a verla.

Y se fue.

La puerta se cerró tras él, y mis piernas finalmente cedieron.

Mi esposo me sostuvo antes de que cayera.

—Vamos a encontrarla —me dijo—. No vas a enfrentar esto sola.

—Sí —susurré—. Sí lo haré.

Lo miré a los ojos, con lágrimas contenidas.

—Porque si voy con él… no es solo para recuperarla. Es para terminar con esto de una vez.