El conductor del tractor estaba arando la tierra cerca del río cuando, de repente, el arado golpeó algo duro.Cuando el hombre sacó lo que había encontrado, quedó en shock por lo que vio.

En un remoto pueblo, donde la vida siempre había sido dura, la gente sufría sobre todo por un gran problema: la falta de agua potable. En verano los pozos se secaban, y en invierno las viejas tuberías se congelaban, obligando a los habitantes a derretir nieve para sobrevivir.

Tras numerosas quejas, el gobierno finalmente decidió llevar un suministro central de agua a la aldea. Para ello, había que tender tuberías desde el río hasta las casas.

Para este trabajo contrataron a un tractorista experimentado. Era un hombre trabajador y paciente, capaz de manejar la maquinaria incluso en las condiciones más difíciles.

Desde temprano en la mañana hasta entrada la noche, su tractor rugía junto al río, abriendo zanjas. Ni la lluvia, ni el viento, ni el frío lograban detenerlo.

Y entonces, un día, justo antes del mediodía, la reja del tractor golpeó de repente algo duro con un fuerte chirrido metálico. La máquina dio un sacudón, el motor se apagó, y del suelo asomó un oxidado trozo de gruesa cadena.

El tractorista frunció el ceño. Al principio pensó que se trataba solo de chatarra vieja, pero cuando intentó sacarla, se dio cuenta de que la cadena se hundía profundamente en la tierra.

Enganchó la cadena a un cable de acero y puso el motor a toda potencia. Las ruedas giraban sin parar, la tierra temblaba, pero la cadena cedía lentamente, con una extraña resistencia, como si algo enorme estuviera oculto bajo el suelo.

De pronto, tras varios minutos de esfuerzo, una oscura viga de madera emergió entre el barro y el agua. El hombre no podía creer lo que veía: no estaba sacando un trozo de metal, sino parte de un barco.

Con el tiempo, los obreros despejaron el lugar y quedó claro: bajo la tierra yacía un antiguo navío entero, envuelto en raíces y enterrado en el viejo cauce del río hacía siglos.

Las tablas estaban ennegrecidas pero sólidas, y en algunos lugares aún se veían piezas de hierro forjado.

Cuando llegaron los arqueólogos, explicaron a los aldeanos que, hace cientos de años, por allí pasaba una antigua ruta comercial. A lo largo de este río, los barcos de los mercaderes transportaban grano, pieles y plata. Un día, un barco se hundió y quedó enterrado bajo capas de tierra.

Para el pueblo, aquello se convirtió en toda una sensación. Durante mucho tiempo, la gente se reunió en el lugar de la excavación, maravillada de cómo pasado y presente se entrelazaban de manera tan misteriosa.

Y el tractorista, sin haberlo planeado jamás, se convirtió en parte de la historia: fue él quien, por accidente, había descubierto el secreto olvidado de los antepasados.