Como una sombra que se deslizaba sin que yo lo notara, el paso de los años me estaba cambiando

Después de 23 años de matrimonio, la rutina se había instalado de manera silenciosa pero firme en nuestra vida. Las tareas cotidianas, las preocupaciones por los hijos, los trabajos y la casa se habían convertido en la normalidad, pero algo dentro de mí había empezado a sentirse vacío. Como una sombra que se deslizaba sin que yo lo notara, el paso de los años me estaba cambiando, y yo no estaba segura de si me gustaba el camino que estaba tomando.

Era una tarde común, como tantas otras. Mientras limpiaba la cocina después de un almuerzo apresurado, me detuve por un instante. El sol entraba débilmente por la ventana, proyectando un brillo tenue sobre las superficies. De repente, como si un impulso me lo dictara, miré al espejo.

Lo que vi me sorprendió. No era la joven y sonriente chica de la foto en nuestra estantería, esa que una vez había sido una prometedora novia con ojos brillantes y llenos de esperanza. No, lo que vi ahora era una mujer cansada, con los ojos apagados, el cabello sin vida y la piel que había perdido su brillo juvenil. En ese reflejo no solo veía el desgaste físico, sino también el emocional, la fatiga acumulada de años de sacrificios, de ser la esposa, la madre, la cuidadora, la amiga, y olvidar por completo a la mujer que alguna vez fui.

El golpe de realidad fue tan fuerte que ni siquiera me di cuenta cuando mi corazón empezó a latir con más fuerza. Sabía que algo tenía que cambiar. No podía seguir siendo esa sombra de mí misma.

Decidí dar un paso, un pequeño intento de volver a reconectar con la persona que había perdido. En la cena, le sugerí a mi esposo, con voz temblorosa pero decidida, que deberíamos salir, que nos dábamos una noche para nosotros, para ir a algún restaurante elegante, como lo hacíamos en nuestros primeros años de matrimonio. Pensé que sería una oportunidad para relajarnos, reír, revivir aquellos momentos que hacían que mi corazón latiera un poco más rápido.

Pero su respuesta no fue la que esperaba.

Me miró por un momento, como si me estuviera evaluando, y luego soltó las palabras que me cortaron como cuchillos.

“¡No voy a ningún lado contigo! No pareces alguien que deba ir a restaurantes elegantes”, dijo con una frialdad que me heló por completo.

Intenté explicarle, mi voz quebrándose mientras le decía: “Acabo de terminar de limpiar, por eso tengo este aspecto, pero quiero salir, quiero sentirme viva nuevamente”. Pero no pude evitar que las lágrimas comenzaran a caer, sin que pudiera controlarlas.

Entonces, como si fuera el último golpe que pudiera darme, me dijo lo que más me dolió.

“¡BASTA! ¿Quieres saber la verdad? Me avergüenzo de TI.”

En ese momento, las palabras de mi esposo me destruyeron. No era solo la cruelidad de sus palabras, sino la sensación de que, después de tantos años, no quedaba nada de la conexión que una vez tuvimos. No solo me había alejado de mi reflejo, sino también de él.

Me senté allí, sola, en medio de la habitación, las lágrimas cayendo sin cesar. Pero algo dentro de mí comenzó a despertar. Esa mujer que había perdido su brillo en los años de sacrificios, ahora sentía una furia contenida, una necesidad de reavivar su vida. No era solo por él, sino por mí misma.

Decidí que las palabras de mi esposo no iban a definir mi vida. Era hora de hacer un cambio. No solo para salvar mi matrimonio, sino para redescubrirme a mí misma. Porque, aunque la vida nos cambie, no podemos olvidar que lo más importante es nunca dejar de luchar por quien realmente somos.

Esa noche, sin él, comencé a hacer planes para mí misma, para reencontrarme. Y aunque mi corazón todavía sangraba por sus palabras, su rechazo me empujaba a crear algo nuevo para mi vida.

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