Un hombre rescató a un gorila herido del bosque — años después se reencontraron, y lo que hizo el animal salvaje dejó a todos sorprendidos.

Un hombre una vez encontró a un gorila herido en el bosque, cuando aún era solo un diminuto bebé. Estaba inmóvil sobre la hierba húmeda, con una herida en la pata y apenas respiraba. El hombre no pudo simplemente seguir su camino — envolvió con cuidado a la pequeña criatura en su abrigo y la llevó a casa.
Lo cuidó con dedicación: le cambiaba los vendajes, lo alimentaba con un biberón, lo mantenía caliente junto a la chimenea y le hablaba como si fuera un niño.
El gorila pronto se acostumbró a su rescatador, y el hombre también se encariñó con él. Vivieron juntos varios meses, y el gorila creció — fuerte, poderoso, pero con unos ojos increíblemente bondadosos.
Sin embargo, la ley prohibía tener un animal salvaje en casa. Un día, los vecinos vieron al gran animal por la ventana y lo denunciaron a las autoridades.
Al día siguiente, llegaron los agentes de protección animal. El hombre les rogó que no se llevaran a su amigo, asegurándoles que el gorila no haría daño a nadie, pero la decisión ya estaba tomada.
El gorila fue llevado lejos, y el anciano quedó solo en su casa vacía. Pasó mucho tiempo sentado junto a la jaula vacía, acariciando la vieja cuerda con la que el gorila solía jugar, y lloró, incapaz de aceptar la pérdida.
Pasaron los años. El gorila fue trasladado a un zoológico local, donde pronto se adaptó a su nuevo entorno. Los cuidadores se sorprendían de su inteligencia y su calma: nunca mostraba agresión y siempre observaba a las personas con una mirada suave y curiosa.
Mientras tanto, al anciano le diagnosticaron un tumor cerebral. La enfermedad avanzó rápidamente, y los médicos no le dieron esperanza — tal vez un mes, dos como mucho. Apenas podía levantarse de la cama, hablaba poco, comía poco, pero un pensamiento no lo abandonaba: quería ver a su amigo, el gorila, una última vez.

Su historia apareció en un periódico local, y la administración del zoológico, profundamente conmovida, decidió cumplir su último deseo.
El día del encuentro, el hombre fue llevado al zoológico en una camilla, cubierto con una manta. Respiraba con dificultad, con los ojos entrecerrados, pero se le notaba feliz. El personal abrió la puerta y lo introdujo con cuidado en el recinto. El gorila estaba sentado en una esquina, de espaldas.
Al oír una tos débil, se dio la vuelta. Durante unos segundos, se quedó mirando al hombre, como si no pudiera creer lo que veía. Luego comenzó a acercarse lentamente, dando pasos pesados y deliberados. Los cuidadores contuvieron la respiración.
Estaban seguros de que el gorila no recordaría al hombre después de tantos años, y tenían los tranquilizantes listos por si acaso.
El gorila le tocó la mano con suavidad, la olfateó, luego emitió un sonido profundo y triste — y de repente lo envolvió con sus brazos.

No lo apretó — solo lo sostuvo cerca, como si temiera perderlo de nuevo. Sus ojos brillaban, su respiración se aceleró, y emitía suaves sonidos llenos de tristeza — como si estuviera llorando.
El anciano levantó la mano, le acarició la cabeza y esbozó una débil sonrisa.
Nadie pudo contener las lágrimas. El gorila se sentó a su lado, aún abrazándolo, balanceándose suavemente de un lado a otro, emitiendo sonidos bajos, casi humanos — como si le hablara.
Pocos minutos después, el hombre cerró los ojos, y el personal comprendió que se había quedado dormido para siempre.
El gorila permaneció a su lado durante mucho tiempo, inmóvil, y cuando los cuidadores intentaron llevarse el cuerpo, no los dejó — gruñía, protegiéndolo, hasta asegurarse de que lo levantaban con cuidado y respeto.






