Regresaba a casa después de un largo día de trabajo cuando las sirenas sonaron. Los policías rodearon mi coche y me ordenaron abrir el maletero. Al abrirlo, me quedé inmóvil. En lugar del vacío había algo que me transformaba de una persona normal a un criminal a los ojos de todos.
Regresaba a casa después de un día duro de trabajo cuando las sirenas desgarraron la calle. Luces rojas y azules parpadeaban por todos lados.
Concesionarios de coches cerca de mí
Reducí automáticamente la velocidad, pensando que en algún lugar cercano estaban deteniendo a un criminal peligroso. Pero unos minutos después, mi corazón se hundió: los coches de policía iban justo detrás de mí.
Me acerqué al arcén, pero antes de poder reaccionar, oficiales armados ya me rodeaban. Las órdenes eran estrictas y no dejaban espacio para dudas: «¡Salga del coche! ¡Manos arriba!»
Obedecí, tratando de no hacer movimientos bruscos, pero inmediatamente sentí el frío del metal en mis muñecas. Las esposas se cerraron tan rápido que ni siquiera tuve tiempo de hacer la pregunta principal: ¿por qué?
La policía exigió abrir el maletero. Me reí nerviosamente: «Está vacío, no hay nada que ver».

En la comisaría me miraban como a un criminal consumado. Sobre la mesa frente a mí estaba ese mismo bolso, lleno hasta el borde de dinero en efectivo.
Concesionarios de coches cerca de mí
La policía aseguraba: había robado un banco. Mis palabras de que era la primera vez que veía ese bolso sonaban débiles e inconvincentes.

Se me imputó un delito: robo a mano armada. Intenté recordar algo que pudiera explicar lo que estaba pasando, pero mis pensamientos se confundían. En mi cabeza solo resonaba una pregunta: ¿por qué yo?
Solo más tarde, cuando se revisaron las grabaciones de las cámaras y se realizó una investigación detallada, la verdad salió a la luz.
El verdadero ladrón, al darse cuenta de que lo seguían sin salida, arrojó el bolso al primer coche que encontró —el mío—. Luego hizo una llamada anónima a la policía, indicando que el dinero estaba escondido allí.
Concesionarios de coches cerca de mí

Esperaba despistar a los investigadores. Pero el minucioso trabajo de los policías desbarató su plan. Cuando escuché: «Está libre», mis piernas casi no me sostuvieron.
Ese día entendí algo: a veces, entre la vida normal y una pesadilla, hay solo un instante.






